Toda la música

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Aturdimiento de los días colmados, de alegría y de pena, todo junto, la muerte de un amigo y el estallido de los cerezos en el sendero junto al río, el gusto del trabajo y el de la indolencia, la duración del amor y la pesadumbre por los infortunios del país al que uno sigue perteneciendo aunque se  marche de él. La música y su presencia asidua, más gustosa cuando es compartida; la música escuchada de cerca, asistiendo al esfuerzo físico, a la concentración, a la destreza de quienes la hacen, no la emanación impersonal de un archivo informático.

Quizás la gente en España respetaría más la música y a los músicos si los viera de cerca, si se hiciera una idea de la dificultad de lo que parece espontáneo, del esfuerzo que cuesta que algo fluya con naturalidad. El viernes por la noche estuvimos en Smoke, viendo al trío del pianista Eric Reed, que tiene algo del refinamiento melódico de Bill Evans. El domingo, en Zankell Hall, una de las dos salas de cámara de Carnegie Hall, donde actuaba un cuarteto que yo tenía muchas ganas de ver en directo, el cuarto francés Ebéne. Zankell Hall es un auditorio pequeño, cúbico, forrado de maderas, como la caja de resonancia de un instrumento de cuerda, el propio auditorio un instrumento en sí mismo, tan delicada y precisa es su acústica. El cuarteto Ebéne toca uno de esos cuartetos de Mozart que parecen de Schubert y uno de los últimos de Beethoven, el opus 131, en el que la música del siglo XX está anunciada y comprimida igual que lo está la pintura del porvenir en el último Goya. El primer movimiento suena como si procediera de otro mundo. Proust, que tenía un oído tan sofisticado para la música, amaba en particular estos cuartetos finales de Beethoven, en una época en la que casi nadie los apreciaba.

Pero después del aplauso y del intermedio, el cuarteto Ebéne da una especie de salto de acrobacia y con la misma convicción con que tocó Mozart y Beethoven emprende una serie de improvisaciones sobre standards de jazz y de música pop: no quiero que se me olvide lo que hacen con el Come Together de los Beatles, con el Kind of Blue de Miles Davis, con el Libertango de Piazzola. Toda la música buena es la misma música. Toda es contemporánea.